Para entender la perspectiva del trauma, es necesario entender que hablamos de una HERIDA.
Clásicamente se ha entendido que un trauma es un acontecimiento vital muy grave, muy intenso (e incluso con rara frecuencia), y en realidad hablamos de trauma cuando las demandas del entorno superaban las herramientas de afrontamiento de las que disponíamos. Esto puede ocurrirnos en cualquier momento de nuestra vida (desde la más tierna infancia hasta la más avanzada adultez).
La infancia es una etapa de la vida especialmente vulnerable, pues nuestros mecanismos de protección no están desarrollados y somos dependientes de un otro para cubrir nuestras necesidades físicas y emocionales (De aquí la importancia de los buenos tratos en la infancia ⚠️)

¿Qué es un trauma? El ser humano para desarrollarse sanamente necesita un contexto de seguridad (real y percibida). El trauma lo que hace es romper con esa sensación de seguridad y predictibilidad del entorno. Rompe con las creencias nucleares sobre nosotros mismos, sobre lo que podemos esperar del resto de personas y sobre lo que podemos esperar del mundo. Esta herida traumática puede ser, como se tiene entendido a nivel general, como algo intenso, grave y externo (catástrofes naturales, guerras, ataques terroristas, accidentes, muerte inesperada y/o violenta de un ser querido, agresión sexual…).
No obstante, no solo este tipo de acontecimientos pueden considerarse eventos traumáticos. En el DSM se recoge que también la exposición al relato de estos eventos traumáticos o a imágenes de ellos también pueden causarnos sintomatología post traumática (de ahí que los profesionales de la salud mental no estemos de acuerdo en la sobreexposición que hacen los medios de comunicación de algunos eventos).
Pero, y por esto escribo este post, existen otros eventos más cotidianos que pueden causarnos heridas traumáticas. Duelos inesperados, enfermedad propia o de un cuidador o familiar, dificultades económicas, maltrato físico o psicológico… No hace falta que haya sido extremadamente intenso o alto en gravedad, basta con que haya ido acompañado de una sensación alta de indefensión y un bloqueo en cuanto a nuestros recursos personales, haciendo que la vivencia emocional se quede «anclada» de una manera más o menos no consciente a estos hechos. La memoria se queda fragmentada. Por un lado las emociones, por otro la experiencia somática, por otro la experiencia verbal (o no verbal si ha sido muy temprano…).

La influencia de los vínculos afectivos tiene gran importancia en este tipo de traumas más relacionales: se dice que el trauma de tipo relacional es incluso más dañino que el trauma que tenga que ver con situaciones externas como catástrofes naturales, etc. ¿Por qué? Porque el trauma se genera en un contexto donde se supone que la otra persona es para mí un entorno de seguridad, confianza y protección. Si esto no se da, puede provocar problemas profundos en cuanto a mi propia identidad (autoconcepto, autoestima, manera de relacionarme conmigo misma) y en cuanto a las creencias sobre los demás y sobre el mundo. Esto puede afectar a mi manera de regular mis emociones, percibir amenaza en el entorno o en los demás y sobretodo influirá en mis relaciones interpersonales, en particular en mis relaciones íntimas (en estas relaciones, es donde aparece nuestra parte más vulnerable).
¿Por qué decimos que el trauma relacional puede causar un daño más profundo, sobretodo en la infancia? Porque cuando sentimos un peligro, se activa en nosotros un mecanismo que busca la protección: buscamos ayuda para ponernos a salvo. Normalmente, buscaremos la ayuda y la protección de las personas que nos quieren y tenemos más cercanas. En el caso de los niños, nuestras figuras de apego. Si estas personas son las que precisamente nos causan el daño (ejemplo: padre que maltrata física o psicológicamente al hijo), nuestro sistema de protección se “bloquea”, nos quedamos indefensos y se crean patrones que a la larga nos pueden hacer más daño. (No defendernos, aguantar el dolor, someternos, tragarnos lo que sentimos, defendernos de manera violenta, desconectarnos de nuestras emociones…) con la creencia asociada negativa que esto puede suponer en mí (no soy válido, las personas que me quieren tienen derecho a hacerme daño, no soy digno de amor, sin un otro que me proteja soy alguien indefenso…etc). Esta herida la tendremos interiorizada y aunque pongamos capas, si no la sanamos, seguirá supurando con el paso del tiempo.

Además, puede ocurrir también trauma por la omisión de cuidados. Y estas variables serán también moduladoras en el impacto emocional de una situación traumática: Además de la negligencia o abandono en torno a cuidados básicos (alimentación, higiene, condiciones de habitabilidad…), en las familias pueden ocurrir situaciones cotidianas que, repetidas en el tiempo, pueden producir esta herida. Esto tiene que ver con el apego. El niño nace indefenso, necesita a otro para sobrevivir, y no solo a nivel físico sino también el desarrollo emocional del niño estará ligado a los cuidados de sus padres. Serán sus figuras de apego quienes, calmando la necesidad y con más o menos habilidades empáticas, le traducirán que esas sensaciones desagradables que siente corresponden a hambre, a frío, a sueño, tristeza, a miedo, a ansiedad….,etc, y esto le dotará de herramientas y recursos internos.
En la infancia y adolescencia, los menores siguen necesitando a sus cuidadores desde este punto de vista de protección y cuidados. Esto es sumamente importante porque pueden ocurrir situaciones adversas en las que el niño o adolescente pueda tener un problema, y podrá generar una herida trumática con mayor profundidad o menor profundidad dependiendo también de la respuesta del entorno. Por ejemplo, un niño que sufre acoso escolar podrá tener menor impacto emocional si sus padres no le mandan el mensaje de que es débil por el hecho de que se metan con él, si el niño no siente que defrauda a sus padres o si los padres al notarle irascible entienden que debajo hay tristeza y miedo por lo que está sufriendo en lugar de mostrarse también irascibles y hostiles por el comportamiento de su hijo. Una adolescente cuyo novio ejerce maltrato psicológico hacia ella, podrá tener un mayor impacto en el desarrollo emocional y esta ruptura que hablábamos antes si también sus padres se muestran poco empáticos con ella, restando importancia o negando lo sucedido o incluso responsabilizándola a ella, en lugar de entrar en sintonía con lo que vive su hija, mostrando empatía y apoyo incondicional. La indefensión y aprendizaje que tengan el niño y la adolescente en cuanto a la situación será totalmente diferente dependiendo de cómo actúe el entorno protector ante esto.

Desde estas heridas traumáticas, puede ser que arrastremos ciertos patrones y creencias sobre nosotros mismos, sobre el mundo y los demás que a la larga, puedan causarnos sufrimiento.
Un trauma no es solo un recuerdo que nos hace daño y no podemos elaborar. Se llama trauma porque rompe con lo que teníamos establecido, rompe con una parte importante e incluso nuclear de nosotros mismos. La creencia de no ser válido, de no merecer amor, de no ser suficiente, el temor a ser abandonado, etc, pueden nacer de estas heridas traumáticas.
La psicoterapia con un profesional especializado en este abordaje puede ayudarnos a sanar estas heridas.